El cigarrito de Wobegon
by alvayanes • 1 julio, 2016 • Fútbol, Sevilla • 5 Comments
(Escuchando de fondo “Cigarrito” de Platero y Tu)
Voy a parar en el camino
y en lo que dura un cigarrito
voy a pensar en estos años
todo lo que ha pasado
En el cajón de la memoria
guardo trocitos de la historia
las páginas que ya han pasado
un libro inacabado
El showman y escritor norteamericano Garison Keillor inventó en los 70 un programa de radio basado en una imaginaria población en Minnesota al lado del Lago Wobegon. En esta ciudad fabulosa todos los hombres eran bien parecidos, todas las mujeres eran de gran belleza y todos los niños tenían una inteligencia por encima de la media; todo era maravilloso y lo malo no tenía cabida. Algo tan fantástico como irreal, que termino triunfando en el show business televisivo. Porque las noticias que se generaban en este Lake Wobegon, a mitad de camino entre un ideal Gran Hermano y El Show de Truman, fueron seguidas por millones de estadounidenses. Para Keillor fue un auténtico pelotazo, escribiendo varios libros sobre el particular y generándose una cultura de merchandaising sobre lo que pasaba en este cuento de hadas.
La cosa fue más allá. En psicología social, y tras los estudios del profesor David G. Myers, se conoce como “Efecto del Lago Wobegon” a esa superioridad ilusoria que muchos se adjudican de forma más o menos directa a la hora de valorarse. El narcisismo inherente al ser humano tiende a pensar que uno es más listo de lo que es, más guapo, o simplemente, y por dar un ejemplo banal, que conduce mejor que su vecino. Cuesta mucho asumir errores, simplemente porque nuestro yo en el fondo desarrolla su mundo ideal, su “pequeño Wobegon”. Los errores de los demás los vemos fácil fácil. Pero cuando uno yerra, la tendencia a atribuir el fallo a la mala suerte, la mala praxis del contrario o una mano negra es lo habitual, desechando en ocasiones pararse a analizar porqué sucede.
Miren ustedes. A mi este eslogan me gustó lo mismo que el vídeo que se preparó. Nada. Pero nada de nada. Porque si una cosa destaca en el sevillismo, a mi entender, es que jamás se olvida de dar la talla en los partidos importantes. Claro que el sevillismo es consciente de lo que supone una semifinal de UEFA Europa League; si no lo fuera, las entradas de una semifinal no se agotan el día antes o en Basilea todo el mundo hubiera pillado los 2.300 euros que daban los ingleses a última hora. Pero al igual que sí nos damos cuenta de lo que estamos viviendo (¡por supuesto que nos damos cuenta!) no es menos cierto que noto en cierto sector de la afición una especie de efecto Wobegon.
Aquí no van a encontrar un post plañidero recordando lo pobrecitos que éramos cuando estábamos en segunda y que por ello hay que valorar ahora más lo que hacemos. No. Que la frialdad de la perspectiva suponga que el paso del tiempo nos hará analizar esto como algo glorioso es indubitado, pero no lo es menos que el Sevilla y el sevillismo sí es consciente de la gesta tan grandiosa de la última década, como demuestran, sin ir más lejos, los espectáculos corales que hemos dado los desplazados a las finales de Basilea y/o Madrid alabado hasta por quien nos odia. Creo, sinceramente, que la mayoría estamos viviendo todos y cada uno de los emotivos instantes que disfrutamos en palangana como si no hubiera mañana. Pero, todo ello claro, sí palpo cierta sensación ilusoria en el sentido de autodotarse de una “falsa superioridad sevillista” y para ello me baso en que cualquier mínimo tropezón o estadística secundaria parece que va a hacer tambalearse el mundo. Cualquier sandez es una tragedia. Como si nosotros no pudiéramos errar nunca ya que poseemos un halo de infalibilidad derivado de nuestra sevillista condición. Como si fuéramos más, no ya que nuestros iguales, sino que equipos del mundo que nos triplican en presupuesto. Y no hablo de los protestantes, ese fuego amigo que tan bien definió @JFelixMachuca en uno de sus escritos; día a día se califican ellos mismos con sus histriónicas voces de bilis desparramada, y sobre los que tampoco merece la pena detenerse más después de la cátedra periodística sentada por Félix. Tampoco me refiero a la nueva generación de sevillistas, porque en el fondo lo puedo entender. Y cuando hablo de chavales, no me circunscribo a niños que con 9 años de vida se van a las 16 finales. No. Me refiero incluso a los que ya pueden poner la L en el coche. Pero a los que tenemos la solera de carnet que nos dan décadas visitando Nervión me cuesta más comprenderlo.
Yo pertenezco a la legión de sevillistas que quería ver una final. De esos que, parafraseando a @cazonpalangana, se podía morir deportivamente después de Eindhoven. Teníamos una existencia vital sevillista tan mediocre que Nervión era pura lágrima cuando el Zaragoza nos marcó el empate que nos eliminaba de los cuartos de final coperos del 94, lo más cercano a un título que habíamos visto los de mi generación. La leche que yo mamé. Unos cuartos de final de Copa del Rey con posibilidades de pasar, era el paraíso.
Pero en cambio, sevillistas de 14, 16, ó 20 años sólo han visto Gloria. Curro, por decir algún jugador joven, nació en 1996 por lo que, con 10 primaveras -que es cuando empieza más o menos uno a darse cuenta de la película-, vio como el Sevilla ganaba un Título. O cómo en los años siguientes le mete una manita al Madrid en una Supercopa o hace Doblete Copa del Rey y UEFA. Hoy, cumpliendo 20, ha visto 14 finales y tiene 2 más pendientes en las que quien sabe si será hasta protagonista. Curro, como Carmona, Borjita Lasso o cualquier veinteañero que anima desde los Biris, se ha criado en campeón supremo. Cuando yo ponía dientes de leche debajo de la cama, el Ratón Pérez me traía un cochecito; cuando Juan Soriano los ponía, el Ratón le traía de regalo entradas para jugar finales. Por todo ello, que estos sevillistas que deben tomarnos el relevo vean como habitual el hecho de que el Sevilla juegue para campeonar con asiduidad pasmosa, es no solo comprensible sino normal. Como también debe serlo que nosotros, con la prestancia que nos da lo vivido, nunca olvidemos que no hace tanto birlaban puntos de Nervión el Universidad de Las Palmas o el Mallorca B, por lo que en cierta medida debemos ser portavoces de la humildad y transmisores de los valores sevillistas, al igual que nos los pasaron en su día nuestros mayores. Nadie nos lo contó; vimos aquello al igual que vemos ahora esto, y fuimos conscientes de aquello al igual que somos conscientes de esto. Esto de pelear de tu a tu y mirar a los ojos a los mastodontes es lo que queremos y lo que vamos a morir porque siga siendo, que para eso portamos el gen del campeón, heredado de nuestros ancestros. El título de Reyes del Sur solo lo otorgan las vitrinas y probablemente nadie de los vivos verá como se nos arrebata el cetro. Pero tenemos que estar preparados por si alguna vez se falla, saber poner la red de seguridad. Por edad, nos toca recoger el testigo de Guardián de Nervión y atesorarlo con la misma categoría, condición y valores, para cuando nos toque cederlo a la siguiente generación sevillista, esa que crece borracha de títulos.
El Sevilla, en estos últimos 10 años, ha levantado más copas que Arsenal, Manchester United, o AC Milán. Y esto no es Wobegon, como demuestra una vitrina absolutamente desbordada por la llegada de nuevos inquilinos y unas estructuras en pleno crecimiento sostenido que nos invitan a soñar. Pero lo que sí es Wobegon es pensar que esto va a ser siempre de esta forma. El Sevilla campeón ha llegado para quedarse; no van a pasar más 58 años entre título y título. Pero dudo mucho que en la próxima década juguemos 16 finales. Y digo esto porque, precisamente, sí nos damos cuenta.
Pasó el 30 de junio y con él se cierra oficialmente una temporada impresionante donde la entidad ha logrado jugar dos finales, dar una asistencia a otras dos, traerse un título europeo más y lograr colocar a su filial como el único del país en Liga 2. Así que hoy, que ya ha pasado todo y henchidos de gloria tras la epidemia de felicidad que suponen kilos de casta y coraje desparramada por España y Europa, es cuando creo, escuchando a los Platero, que toca echar un cigarrito y pensar en todo lo que ha pasado en estos años. Junto al Ramón Sánchez-Pizjuán, realidad palpable que debe estar en las antípodas del Lago Wobegon. Porque cuando la institución pase por momentos procelosos, tocará quererlo. Cuando no todo sea tan bonito como ahora, tocará recordar la humildad, el trabajo, el sevillismo y la constancia que nos mostraron Don Roberto Alés y Caparrós y que ahora representan esa bendición apellidada Rodríguez y su nuevo proyecto de puerta grande o enfermería, base de este libro inacabado. Que nunca olvidemos quienes somos para que siempre sepamos hacia donde debemos ir.
Forza Sevilla campeón
La verdad es que sabes utilizar como nadie el sentimiento de los sevillistas de siempre.
Enhorabuena por tu post, me ha encantado.
Hasta siempre amigo
Brillante
Emocionante
Pura realidad
Pingback: Reflexiones estivales sobre lo extraordinario vivido, la infalibilidad y sobre lo que aspiramos ser - Vamos Mi Sevilla 5.0
Aquí no van a encontrar un post plañidero recordando lo pobrecitos que éramos cuando estábamos en segunda y que por ello hay que valorar ahora más lo que hacemos.
Teníamos una existencia vital sevillista tan mediocre que Nervión era pura lágrima cuando el Zaragoza nos marcó el empate que nos eliminaba de los cuartos de final coperos del 94, lo más cercano a un título que habíamos visto los de mi generación. La leche que yo mamé. Unos cuartos de final de Copa del Rey con posibilidades de pasar, era el paraíso.
Como también debe serlo que nosotros, con la prestancia que nos da lo vivido, nunca olvidemos que no hace tanto birlaban puntos de Nervión el Universidad de Las Palmas o el Mallorca B, por lo que en cierta medida debemos ser portavoces de la humildad y transmisores de los valores sevillistas, al igual que nos los pasaron en su día nuestros mayores.
Desde el maximo respeto y con el buen regusto que deja el resto de lo leido.
Espectacular relato de 56 años de sevillismo (según mi yo).
Enhorabuena