• Víctor Antonio Legrotaglie, en el nombre del Cocó

    by  • 16 abril, 2016 • El Trinche Carlovich, Fútbol, Historias • 0 Comments

    POR EL TRINCHE CARLOVICH

    Mirá Víctor. O parás esto, o yo no me hago responsable de lo que aquí pase”

    Roberto Goicoechea. Árbitro del partido San Lorenzo de Almagro contra Gimnasia y Esgrima de Mendoza que acabó con 2-5 para el lobo en el Torneo Nacional del 71

    (commons.wikimedia.org)

    – ¡Ché, pibe! ¿Qué hacés por acá? ¿Quién sos?

    – Soy el Cocó.

    – ¿Y andás perdido Cocó?

    – No, estoy buscando pibes para jugar un partido.

    – Veo que llevás la camiseta de mi equipo. Acá todos la llevan de River, la de Boca, la del Rojo… ¿Sos de Gimnasia como yo?

    – Sí, soy de Gimnasia y Esgrima de Mendoza, el mejor equipo del mundo. Allá jugaba mi papá.

    – ¿Tu papá jugaba en el lobo? ¿Y quién es tu papá?

    – Mi papá es el Víctor.

    – ¿Vos sos el hijo del Víctor? Estás de broma…

    – No, no estoy de broma. El Víctor es mi papá ¿Lo conocés?

    – ¡Pero quién no conoce al Víctor! ¡Acá es una leyenda, pibe! Su fútbol es magia, es alegría, tiene música… Cuando hay partido, todos los muchachos nos reunimos para ver jugar al Víctor, es pura fantasía, nos da la vida. Pero, contame cosas de tu papá.

    – Mi papá era el mejor, nadie controlaba la pelota como él. Todos lo querían, pero siempre jugó donde quiso. Ya siendo pibe iban a buscarlo de todos los barrios para que jugara con ellos, pero los del otro equipo, cuando lo veían aparecer, se negaban a jugar “Si juega el Víctor, nosotros no jugamos”. Al final los convencían con la condición de que no podía pasar de la mitad de la cancha. Jugaba en el 5 de octubre, un equipo muy chiquito del potrero, que dicen la movía como los ángeles. ¡Llegaron a estar 100 partidos invictos! Venían a verlo de todos los equipos importantes, pero él jamás se fue, quería jugar con sus amigos.

    – ¿Y por qué acabó jugando en el lobo?

    – Papá siempre me cuenta que el viejo y sus siete tíos eran de Independiente Rivadavia, el eterno rival, pero él escogió Gimnasia, que era el equipo de su mamá. Un día agarró el bolso de un amigo que jugaba en el lobo y se coló en el vestuario, haciéndose pasar por futbolista. El entrenador, que hacía tiempo andaba tras él, lo sacó a jugar, mi papá la rompió y se quedó para siempre. Mi papá debe ser de los pocos jugadores de la historia que no hizo inferiores, ya que pasó de la callé al primer plantel.

    En Mendoza todos lo adoran. Lo paran por la calle y le dicen cosas de cuando jugaba ¡hasta le pusieron su nombre al estadio! Ese equipo era bárbaro, ché. El “cachorro” Aceituno, el “bolita” Sosa, el “polaco” Torres… Los llamaban “el Víctor y los compadres”, y siempre hacían a la gente feliz. ¿Vos sabe lo que hacían antes de cada partido en casa? Montaban un concierto en el vestuario. La orquesta de los hermanos Rosales llegaba al estadio con su rastrojero cargado de instrumentos y, mientras los jugadores se preparaban, entraban en el vestuario entonando una canción:

    ¡Hoooy el lobo está de fiestaaaaa, lleeegó el Víctor y su orquestaaaaa!

    Todos cantaban y bailaban. No les gustaban las charlas técnicas, la preocupación por el rival, la concentración… Decían que eso eran boludeces, que el fútbol debe ser fiesta, dentro y fuera de la cancha. No valía con ganar, había que divertir a la gente.

    – ¡Qué bárbaro, pibe! ¿Pero por qué no jugó en un equipo más grande?

    – Todos los años venían a por él. Lo quiso el Inter de Milan y hasta el Real de Madrid, que mandó al cónsul para convencerlo. Le regalaron un reloj caro, le ofrecieron mucha plata y le sacaron los pasajes a España, pero volvió a decir no. También vinieron los americanos con maletines cargados de dólares para llevárselo y que jugara en el Cosmos con Pelé y Beckenbauer, pero decía que en Mendoza estaba su gente, ganaba guita para vivir bien y todo el mundo lo quería. Mi mamá en el fondo lo bancó. Comprendió que a él no le importaba ganar, solo quería ser y hacer feliz con su fútbol y en Gimnasia lo conseguía, así que se quedó para jugar 450 partidos.

    El equipo era famoso por cómo manejaban la pelota y sobre todo por sus golpeos de tiros libres. Nada de jugadas ensayadas, todos iban directos al arco y casi siempre acababan en gol. En un partido en cancha de Gutiérrez, tiraron no menos de 10 tiros libres y ni uno solo fue entre los tres palos. Nadie comprendía qué estaba sucediendo. Al final resultó que mi papá y los compadres habían apostado a ver quién golpeaba más veces en la cabeza del fotógrafo que estaba tras el arco. Aquel equipo era una familia, lo pasaban muy bien.

    – Yo he visto mucho fútbol Cocó y jamás vi a nadie patear la pelota como lo hacía el Víctor.

    – La gente piensa que mi papá no entrenaba, pero no es verdad. Se pasaba el día entrenando el golpeo. En el potrero de Tamarindos, en los entrenamientos con los compañeros… allá donde hubiera una pelota y un arco, pateaba sin descanso, una y otra vez. ¿Sabe que durante su carrera metió 12 goles olímpicos y más de 60 de tiro libre? Ponía la pelota donde quería. Un día, en un partido con Talleres, le hicieron una falta al borde del área y el defensa se acercó al réferi a pedirle que cobrara penal, que había sido dentro. A un compañero que lo escuchó le saltó la térmica, le dijo que si estaba loco, que se callara y el defensa le contestó que mejor penal que un foul, porque en esa distancia seguro que era gol del Víctor. Al final no hubo penal y mi papá anotó de tiro libre.

    – Dice Maradona que el mejor jugador que jamás vio fue El Trinche Carlovich, que nunca llegó a la élite. Hubiera sido maravilloso verlos jugar juntos…

    – ¡Pará! El Trinche y mi papá son grandes amigos, aunque se ven poco porque entre Mendoza y Córdoba hay 700 kilómetros. Pero algunas veces charlan, ríen, se divierten…Y, cuando pueden, quedan con la vieja guardia para tomar un asado y montar un quilombo bárbaro, ché. Incluso una vez jugaron juntos, cosa que pocos saben. El lobo había traspasado a Darío Felman a Boca. Sí. El delantero que luego estuvo con Kempes al Valencia. Pues como parte del traspaso, Boca y Gimnasia jugaron un amistoso y, ese día, el Trinche se enfundó la de Gimnasia. Dice mi papá que nunca se divirtió tanto cuando, por ejemplo, agarraron a Suñe´y lo volvieron loco haciendo cabecitas. Fue una cosa de locos. Lástima que nadie grabara aquello

    – ¡Qué grande tu papá, pibe! Bueno Cocó, ahora tengo que marchar. Me encantó hablar con vos, ojalá nos volvamos a ver pronto para que me sigas contando cosas del Víctor. Por cierto, no me dijiste qué hacías acá, este no es lugar para pibes.

    – Bueno, yo no lo elegí. Un día estaba jugando en el taller de las tías y de repente todo cambió. Me golpeé en la cabeza y me trajeron acá. Me gustaría volver a casa, pero mi papá dice que eso no es posible, que debo estar acá. Hicimos un pacto, ¿sabe? Yo le prometí que no iba a estar triste y mi papá me dijo que todos los días vendría a por mí y me llevaría allá donde él fuera. Desde entonces siempre estamos juntos y lo pasamos bárbaro, mi papá es muy divertido y a todo el mundo hace feliz.

    – Eeestooo…. Cocó…. como te dije, ahora debo marchar. Si alguna vez necesitas algo y no encuentras a tu papá, buscame que yo te ayudaré. Fue muy lindo conocerte. Chao pibe.

    – Espere, una cosa.

    – Dime.

    – Vos dijo que se reunía con los muchachos para ver jugar a mi papá, ¿no es cierto?

    – Sí, así es. Cada día nos juntamos para ver al Víctor y soñamos con tirar sus cañitos, con anotar un gol de tiro libre, con colarla desde el córner…

    – Pero eso no es posible. Mi papá ya no juega.

    – Pibe, pronto aprenderás que las cosas que en la Tierra son tan lindas, acá en el Cielo se convierten en eternas. Como tú. Como el fútbol de tu papá.

    El 19 de mayo de 1969 cambiaría la vida de Víctor Antonio Legrotaglie, el futbolista más talentoso en la historia del fútbol de Mendoza. Cocó, su hijo de cinco años, fallecía como consecuencia de un golpe en la cabeza mientras jugaba en el taller de sus tías. Al día siguiente, el Víctor, totalmente destrozado, se dirigió al Cerro de la Gloria con la firme intención de quitarse la vida, pero en el último instante decidió cambiar de opinión “No saltaré. Voy a vivir por el Cocó”. El genial futbolista encontró en el hecho más dramático que te puede deparar la vida, un motivo más para dar alegría con su fútbol: debía jugar bien, había que hacerlo por el Cocó. El pequeño, que hasta entonces había sido la mascota del equipo, se convirtió en la cábala del Víctor y los compadres. Antes de cada partido, Legrotaglie sacaba de su bolsa un pantaloncito del Cocó y uno a uno iban pasando todos los jugadores para besarlo y pedirle que les ayudara a ganar. Debajo de una de las tribunas del estadio, se colocó un monolito en su honor con la siguiente leyenda: “Por irse a jugar al cielo nos quedamos sin mascota. Aquí un pibe menos, allá un ángel más”.

    Aquel Gimnasia y Esgrima de Mendoza era un equipo distinto. Diferente. Mágico. El mejor que nunca tuvo el lobo, de un fútbol preciosista tal que se decía que todo aquel que osase levantar la pelota treinta centímetros del piso, no jugaba con el Víctor y su orquesta. La afición, que recibía a los suyos a gritos de “toque, Lobo, toque” vio como la institución ganaba la Liga Mendocina por lo que ascendía por primera vez en su historia a Primera división (Liga Nacional) en 1970. Durante esos años, y hasta 1972, se mantuvo invicto como local donde la zurda de seda del Víctor describía sinfonías como nunca antes se vio. La mejor clasificación fue en el Nacional del 71 donde se quedó a 2 puntos del puntero Rosario Central y a 1 de San Lorenzo y Boca. Por detrás del lobo, los míticos Racing de Avellaneda, Vélez o Estudiantes de La Plata.

    Mendoza está de efemérides por su Víctor.

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    Esta es la historia del votado en 2015 como mejor jugador de la historia de Mendoza. El Víctor. El futbolista que no necesitó levantar títulos para ser reconocido, el jugador que puso su talento al servicio de la felicidad de los demás, el mito que vivirá eternamente en el corazón de los aficionados de Mendoza.

    Víctor Antonio Legrotaglie, el genio que fabricaba alegrías en el nombre del Cocó.

    @ElTrincheCarlov

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