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    by  • 18 enero, 2017 • Fútbol, La firma invitada, Sevilla • 0 Comments

    NOTA DEL EDITOR

    A finales de noviembre decidí cerrar el blog en el sentido que suspendía sine die la publicación periódica de artículos, aunque la web sigue abierta. Ello implica que me quito la atadura de la recurrencia pero que, si considero que hay que escribir sobre algún tema importante, lo haré como pasó en diciembre tras la celebración de la JGA 2016. Y, por supuesto, si alguien que considero de interés me envía algún texto digno de ser publicado, así lo haré porque, como digo, la web duerme el sueño de los justos pero no está muerta.

    Los acontecimientos que estamos viviendo desde el minuto 83 del partido de vuelta de Copa del Rey son de tal magnitud que justifican sobradamente abrir de forma puntual el blog para expresar opinión, siempre en la línea mesurada, autocrítica y constructiva que intento presida la línea editorial del sitio. En este sentido, un amigo de esta casa que, por razones que considero obvias, prefiere conservar el anonimato, tenia ganas de expresar su parecer sobre los hechos acontecidos de ahí que abra la puerta hoy para dar paso a las líneas que siguen a esta entradilla aclaratoria.

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    (Escuchando de fondo «So payaso«, de Extremoduro)

    A ver qué me dice después…

    Parece que va siendo hora, para el Sevilla FC, de cerrar el capítulo Copa del Rey y sus efectos colaterales. Pero quizás sea bueno aprovechar este cierre para valorar las distintas circunstancias que se han dado y lo que a cada protagonista de esta obra cabría sugerir para el futuro.

    La Liga

    Es curioso que precisamente quien debería tener un papel menos que secundario, adquiera un indeseable protagonismo -no del que le gusta a Sampaoli- con su empeño en aprovechar cada ocasión para atizarle a la afición del Sevilla. La fijación por conseguir un irrenunciable y más que justificado objetivo general –acabar con la violencia- poniendo el foco de forma casi exclusiva –pensemos en Coruña- en una parte concreta de nuestra afición, mientras se olvidan actitudes similares en otros campos, solo consigue incentivar la rebeldía de aquella y dificultar el objetivo pedagógico que inspira toda norma sancionadora. Por ahí, mal vamos.

    La tarea para el futuro está clara: evitar la arbitrariedad de los famosos informadores y aplicar la norma con la misma contundencia en Madrid que en Sevilla.

    El club

    El club tiene un protagonismo más lógico pues, en definitiva, es el nexo de unión (o desunión) entre la afición y las instituciones que, se supone, velan por acabar con la violencia. La sensación que da es la de encontrarse incómodo en esa posición, sin saber muy bien si colaborar con esas instituciones, cuyo objetivo es impecable –acabar con la violencia- pero con métodos más que discutibles –prohibiciones con poco soporte legal que tienen más pinta de represalia por hechos que suceden fuera del estadio que de sanción-, o defender a su afición frente a esa aplicación muchas veces arbitraria de las normas.

    Probablemente una actitud más belicosa frente a la arbitrariedad, permitiría un mayor entendimiento –y sin mayor, dejémoslo en entendimiento- de cara a conseguir el objetivo de acabar con la violencia. La violencia verbal, porque de la otra hace tiempo que no sabemos en Nervión, afortunadamente. Aquí se aplica más palo que zanahoria y, como decíamos, es, además, un palo muy selectivo.

    La afición

    Es difícil hablar de la afición en general, porque en esto habrá tantas opiniones como individuos forman el colectivo.

    La mía es clara: el insulto no debería caber en los estadios, como no cabe fuera de ellos. Pero como persona práctica que soy y admitiendo que alguno me saldrá argumentando que insultos ha habido toda la vida, que quieren convertir el fútbol en un teatro y que es absurdo considerarlo grave, etc, les daré otro argumento basado en la (in)utilidad del insulto. ¿Qué nos aporta? ¿Ayuda a ganar partidos? ¿Es sustituible por expresiones que, sin estar “tipificadas” como insulto, pueden ser igualmente hirientes, si es lo que se quiere? ¿Alguien cree que a Sergio Ramos no le molesta igual que cantemos “Iván Rakitic” que “Sergio Ramos, hijo de puta”?

    Siento decirlo, pero cuando alguien se empeña en hacer algo que no le proporciona utilidad ni ventaja alguna, sino castigos –por muy arbitrarios e injustos que puedan parecer- no queda más remedio que concluir que la inteligencia no es su principal virtud. Seguro que alguno hablaría aquí de rebeldía, pero tampoco me vale, porque la rebeldía no está reñida con la inteligencia y siempre hay medios para ponerla de manifiesto sin ser autodestructivos. Darle la munición al enemigo es…

    Sergio Ramos

    Ha sido el artista invitado.

    Partiendo de mi tajante opinión sobre los insultos, anteriormente expuesta, el jugador ha demostrado durante estos once años una torpeza sin límite.

    Para empezar, se empeñó en echarle a Del Nido la culpa de su salida, cuando todo lo más que se pudo negociar –que yo no lo sé- fue la forma de pago, que no el importe –el de la cláusula- porque fue el jugador el que se plantó, con la Liga empezada, en que se iba al Madrid. Y, por cierto, si es verdad que Del Nido le pidió hacer el teatrillo de depositar el importe de la cláusula en la LFP para que no pareciera que había negociado –insisto, si acaso la forma de pago y porque también interesaba, puestos a perder al jugador- el que se avino a la pantomima fue él, no ninguno de los aficionados sevillistas que se sintió defraudado por su marcha, cuando acababa de decir que quería ganar títulos con su club del alma. O sea, no sé si Del Nido dijo la verdad o no, pero hijo mío, eso poco cambia una realidad irrefutable y es que tú dijiste que te ibas, sí o sí.

    Obviamente aquello hizo ruido y quizás ese ruido fue mayor por el hecho de que se empeñara en negar lo principal, su deseo de irse, intentando ampararse en una cuestión más formal que otra cosa. A partir de ahí, reprobables insultos en sus primeras apariciones por Nervión y reacciones en general poco inteligentes por su parte que culminaron con su conducta del pasado jueves –porque obviaremos celebraciones un tanto desmedidas, pero lógicas, o intentos de participar activamente en humillaciones deportivas al que dice el club de sus amores-.

    Después que desde el Sevilla se le diera un homenaje hace tres años y de que en sus últimas comparecencias los insultos de una parte cada vez más minoritaria de la grada fueran reprobados por la mayoría de la afición sevillista, el señor no tuvo otra idea que tirar un penalti a lo Panenka. Me parece legítimo que tire el penalti y, por supuesto, también lo es que lo tire como quiera, pero no hay que ser Einstein para entender que tirarlo así tiene un claro objetivo de molestar –porque esa es la intención de Ramos, no del que inventó el método-, como lo tiene la posterior celebración/provocación. Sobre la peregrina idea de cometer la chulería y, posteriormente, querer aclarar que no iba dirigida a toda la afición, sino solo a los que lo insultaban, poco hay que decir. Es como si yo voy a casa de alguien, orino en el pasillo y le explico al dueño de la casa que el tema no va con él, sino con su hijo mayor.

    Creo que la relación Ramos/afición del Sevilla es irreconducible, pero también soy ferviente defensor de que, al menos, se lleve por el camino del respeto y evitando los innecesarios y desagradables insultos. Para ello, el jugador debería dar el paso de hacer, alguna vez en su vida, autocrítica o, al menos, pedir perdón si alguien se molestó por algo que hizo, aunque asegure que no fue su intención ofender.

    C.T.

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