• Tortillas, fútbol y refrescos. La historia del ancho Ibarra

    by  • 16 julio, 2016 • El Trinche Carlovich, Fútbol, Historias • 0 Comments

    POR EL TRINCHE CARLOVICH

    «No hay un sitio en el mundo donde un hombre sea más feliz que en una cancha de fútbol”

    Albert Camus

    Lo siento pero me niego; para esa teoría no cuenten conmigo. Me niego en rotundo a pensar que la afirmación inherente al mundo del fútbol que pontifica que “si se hubiese cuidado hubiese sido mejor futbolista” haya que elevarla a tautología. Es cierto que en la mayoría de los casos es así, sobre todo en un fútbol como el moderno donde se cuidan tanto los detalles como la alimentación, periodos de descanso o actividad física y donde los métodos de trabajo son de una meticulosidad casi milimétrica. Bien es verdad que hoy día los chavales están mejor asesorados, la información es mayor y todos son conscientes que una vida ordenada redunda en una mejor carrera futbolística. Pero una cosa es que en la inmensa mayoría de casos esto resulte así y otra que lo sea en el 100% de los mismos. ¿Acaso Romario hubiera sido mejor delantero si en lugar de ser un crápula, su vida hubiese sido ordenada? ¿Y George Best? Y es que hay un porcentaje de futbolistas que son genios y a los que una vida “profesional”, lejos de hacerles mejor los convierte en peores futbolistas. ¿Dónde desarrolló mejor fútbol “Mágico” González? ¿En la disoluta vida gaditana o en el frío Valladolid?

    Hoy vamos a presentarles uno de estos jugadores pertenecientes al selecto grupo de escogidos que necesitaban de la libertad para mostrar su arte. Un superdotado que, cuanto más profesional era, peor jugaba. Sin embargo, y a diferencia de los ejemplos anteriores, su perdición no era la juerga, las mujeres, el alcohol o la noche sino algo más prosaico. Porque a Emilio lo que le gustaba era comer. Comer, comer y comer. Y siempre acompañado de refrescos plenos de calorías y gas. Esta es la simpática historia de un mito paraguayo: Emilio “el ancho” Ibarra.

    Emilio Hernán Ibarra Oviedo nace el 30 de junio de 1976 en una pequeña ciudad del Gran Asunción, llamada Mariano Roque Alonso, a escasos 18 kilómetros del centro de la capital paraguaya. Allí, todavía estando delgado, dio sus primeros pasos como futbolista en las inferiores del Deportivo Humaitá el cual consiguió un hito histórico en 1993: por primera vez en los 60 años de historia el club rojiblanco, fue campeón de la “Primera de Ascenso” (segunda división) por lo que Emilio Ibarra debutó en 1994 con escasos 18 años en la primera paraguaya. Tres años se mantuvo Humaitá en la máxima categoría hasta su descenso.

    En 1997 Ibarra marcha al Sportivo San Lorenzo, convirtiéndose rápidamente en el ídolo de la grada. Su fútbol de toque, pase milimétrico, de ver huecos donde otros solo ven piernas, enamora al fútbol paraguayo aunque su irregularidad y físico empiezan a convertirlo en un jugador de culto. Porque, efectivamente, aunque era muy joven, Emilio empieza a comer mucho y a entrenar algo menos lo que, unido a una tendencia a engordar, hace que empiece a estar rellenito de ahí que el apodo de “el ancho” comienza a, nunca mejor dicho, tomar forma. No tenía ni 25 años y ya jugaba como un veterano, pero de esos cuya clase te enamora. Ibarra ocupa un lugar privilegiado dentro de ese distinguido grupo de jugadores por lo que pagas una entrada; ver a ese gordito controlar una pelota, dar un pase o ejecutar un regate con la clase de un mago, ponía los vellos de punta a aquellos que entienden este deporte como pleno de sensibilidad y belleza.

    Sin embargo sus costumbres alimenticias cada vez eran más desordenadas. Ibarra basa su dieta en sus comidas favoritas: los filetes empanados, la ensaladilla rusa y las tortillas. Concretamente estas últimas las comía a todas horas, y siempre antes de cualquier entrenamiento o partido. Y para reponerse, nada de agua o bebida energética. Su perdición eran las gaseosas y los refrescos, en una época, además, donde dichas bebidas estaban llenas de azúcares y calorías ya que no existían los refrescos “zero” tal y como los conocemos ahora. No obstante, por su juventud, el periplo de “el ancho” en Sportivo San Lorenzo nos muestra a un jugador de incipiente panza, aunque menos de lo que veremos después.

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    Jugador de luces y sombras, aquellos días donde la bombilla se iluminaba el genio sacaba lo mejor de si mismo aunque bien es cierto que había partidos donde no rascaba bola. Y como pasa con los grandes artistas, la inspiración solía llegar en las noches importantes, esto es, cuando el humilde “rayadito” (apodo de San Lorenzo) se enfrentaba a los mejores equipos de Paraguay. Era un torero de plazas de primera como demostró el día que jugaban contra el (hasta ese momento) invicto y campeón Libertad de Asunción en 2001. Todavía está en la retina de los que allí estuvieron el clinic de fútbol que “el ancho” impartió ese día, gol incluido. De hecho, tras semejante exhibición y a pesar de su obesidad, el Libertad lo ficha con la intención de hacer de él una estrella, por lo que lo somete a una espartana dieta para bajar peso lo cual, como no podía ser de otra forma, derivó en desastre. Sin sus tortillas y filetes, sin su ensaladillas y refrescos, Emilio era un hombre sin libertad en el Libertad por lo que su tristeza se traslada al campo donde, aunque juega a buen nivel varios partidos, no cuaja una temporada redonda. Pide la baja para volver a su rayadito donde permanece dos años más. Como muestra de las cosas que hacía, reproducimos un extracto de una crónica del ABC paraguayo fechada en 2003

    El «Ancho» dio cátedra de fútbol en el «Potrero»

    Rechazada y criticada por todos los clubes y futbolistas -algunos la llaman el potrero- es la cancha del San Lorenzo, en donde, sin embargo, varios futbolistas demostraron que cuando uno sabe jugar al fútbol no importan las condiciones en que ella se encuentre. Y así lo hizo Emilio Ibarra, quien parecía jugar sobre otra superficie a la que los demás lo estaban haciendo, que a su figura poco vistosa para un futbolista profesional suplió con fútbol de alta técnica, didáctico para cualquiera que le guste este deporte

    En 2004 ficha por Tacuary donde, a pesar de que su peso estaba ya disparatado, desarrolla tal vez el mejor fútbol de su carrera, coincidente con el periodo esplendoroso de la entidad con la que disputa, incluso, dos ediciones de la Copa Libertadores (2005 y 2007) y una Sudamericana. Lógicamente su veteranía y su oronda forma hace que juegue cada vez menos, sólo saliendo cuando los partidos languidecían y el nivel físico de los choques era menor. Sin embargo, como si de un especialista de balonmano se tratase, el cada vez más “ancho” Ibarra emergía del banquillo en cuanto había una falta peligrosa o un penalti, consiguiendo más de un gol decisivo para su equipo.

    Ancho Ibarra

    Las anécdotas sobre su físico, al igual que el deleite por su fútbol, se cuentan por decenas. Por ejemplo, cuando disputó la Copa Sudamericana contra los uruguayos del Danubio fue duda hasta última hora por un problema en el tobillo, pero el míster decidió tenerlo en el banco por si había que tirar de él. Y así fue porque en una igualadísima eliminatoria que se tuvo que solventar a penaltis tras dos empates, el “ancho” salió para tirar el primero de la tanda el cual, como no podía ser de otra forma, marcó. Sin embargo Ibarra tenía ya una barriga enorme por lo que el esfuerzo para mover semejante cantidad de kilos unido a que su musculatura estaba fría -acababa de entrar-, le propició una lesión en el muslo al disparar. Y es que superada la treintena y con semejante talega, su condición física le jugaba algunas malas pasadas. En esta jugada contra Guaraní vemos como no puede seguir al jugador rival por lo que se ve obligado a derribarlo siendo expulsado.

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    En 2009 Tacuary no cuenta con él, pero le pide que se incorpore a su cuerpo técnico. En cambio, “el ancho” todavía pensaba que a sus 33 años tenía fútbol en sus botas por lo que ficha por el General Caballero de la segunda división paraguaya donde permanece dos temporadas aunque, como podemos ver en la imagen siguiente, el número de tortillas que engullía debió ser enorme. Tras ayudarlos a mantener la categoría, en 2011 vuelve al origen ya que retorna al Humaitá, 17 años después de su debut en el equipo de su ciudad que ahora estaba hundido en cuarta división, donde a cuentagotas siguió siendo decisivo en varios encuentros.

    Con 35 años decide colgar las botas e integrarse como entrenador del equipo Sub 16.

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    Esta es la historia del mítico Emilio “ancho” Ibarra. Un futbolista atemporal de los que desesperan entrenadores y enamoran a los aficionados. Un deportista de otro tiempo que hizo lo que quiso e hizo feliz a la gente viviendo entre tortillas, ensaladilla, balones y refrescos.

    Si quieren sabes más, este magnífico post (1 y 2) desgrana diversas anécdotas

    @EltrincheCarlov

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