La requisa y el fenómeno fan
by alvayanes • 9 abril, 2016 • Fútbol, Historias, La firma invitada, Sevilla • 2 Comments
POR ENRIQUE VIDAL (@ayh_sevillista)
Cuando a finales de los locos veinte, el Sevilla F.C. invadió el barrio de Nervión para instalar allí su patria, a muchos les pareció un disparate.
Ubicado su solar extramuros, rodeado de huertas, mal comunicado y sin pavimento viario, a una distancia considerable de su anterior sede en la avenida de la Palmera —que precisamente ahora pasaba a ser el espacio mejor urbanizado de la ciudad—, e incluso, todo sea dicho, por el yuyu que dejaba en el cuerpo el paso obligado junto al esqueleto de la que fue plaza de toros Monumental, aquella inversión, bendecida por la indiferencia del consistorio local y las fuerzas vivas sevillanas, auguraba malos mengues.
En primer término, la Plaza de Toros Monumental semiderruida, y continuando por Eduardo Dato hacia arriba un par de manzanas, el campo de Nervión
(Fuente: Fototeca Municipal de Sevilla)
La derrota inaugural frente al Betis, unida al desencanto de una difícil transición deportiva entre el equipo sublime de los Kinké, Spencer, Ocaña, Brand o Herminio, eterno campeón de Andalucía, y el que se quería formar sobre los pilares de los dos guillermos —Eizaguirre y Campanal—, parecía dar la razón a los más pesimistas. Para colmo, las prisas por subirse a los vagones de la Primera División propiciaron la contratación de dos cotizadísimas estrellas, los internacionales españolistas Vantolrá y Padrón que, sobre todo este último, no respondieron en el campo a las enormes expectativas generadas por su nombradía y su elevadísimo precio.
Esta coctelera de contratiempos mantuvo gripada a la hacienda sevillista durante bastante tiempo, y requirió de soluciones imaginativas para poder esquivarlos. Mediante un sistema de obligaciones y otras aportaciones no reintegrables, los gastos del nuevo campo se sufragaron en buena parte gracias al bolsillo de la infantería blanca, porque los socios más pudientes agotaron sus reservas ante tantas vías de agua que taponar. Pagos, compromisos, que se extendieron incluso a los años de la guerra civil y la posguerra, cuando no había parné ni en los bancos.
Anverso y reverso de los bonos emitidos por el Sevilla FC para financiar los gastos del campo de Nervión. En la segunda imagen se observan las cláusulas que permitían su amortización en especie, canjeándolas por entradas de preferencia
(Fuente: Archivo Sevilla FC,cedida gentilmente por el Área de Historia del Sevilla F.C.)
Desde un primer momento, el recinto de Nervión estaba destinado a ser algo más que un simple campo de fútbol. La idea era construir un complejo polideportivo con dotaciones y servicios adecuados para ese fin.
Lo básico era el campo principal de fútbol, con piso de hierba, sus tribunas y su banco de pista. También se construyó otro campo con vocación canterana, para entrenamientos y competiciones secundarias, separado del anterior, conocido posteriormente como el del Subcomité. Un frontón, el ambigú de Fernando (donde Campanal se reponía de los entrenamientos con media docena de tortillas de patatas) y la caseta con despacho y vestuarios, entre otras dependencias, completaban el grueso del proyecto.
Gol Norte del viejo Nervión, y vista de la caseta de vestuarios. A la derecha, camisetas tendidas y vallas publicitarias, en la linde con el campo del Subcomité
(Fuente: Revista SERVA, cedida gentilmente por el Área de Historia del Sevilla F.C.)
Los días de partido, la liturgia preparatoria tenía un encanto difícil de imaginar en pleno siglo XXI, aunque gracias a la tradición oral de mi familia conservamos algunos detalles maravillosos. Muchos de los que me conocen ya saben que mi abuelo paterno fue futbolista amateur precisamente en los años veinte, y que gastó sus mejores energías como interior derecha de la Gimnástica de Triana.
La Gimnástica de Triana posando antes de un partido, con apenas 8 jugadores
(Fuente: Archivo familiar del autor)
Le unía una gran amistad, forjada en los potreros de tierra y piedras de aquellos tiempos heroicos, con “el terrible” Pérez, Manuel Pérez Centeno, exjugador ya del equipo sevillista en la época que nos ocupa, padre de Manolito Pérez (nacido en el campo de la Reina Victoria). Desde que colgase las botas, Pérez se encargaba de toda la intendencia del club —masajista, utillero, cuidador del campo de juego, vigilante de las instalaciones, etc.— y se alojaba en una pequeña vivienda dentro del propio estadio.
Manuel Pérez Centeno, de paisano, de pie a la derecha, con los campeones ligueros de 1946 en Nervión (Fuente: www.sevillafc.es)
Los domingos había que levantarse temprano para poner a punto el campo, y había demasiada faena para un solo hombre, por lo que Pérez se apoyaba en algunos buenos amigos para poder hacerlo todo a la perfección. La recompensa para los improvisados ayudantes era poder presenciar el partido gratis.
Y así mi abuelo, más de un domingo y de dos, se personaba en Nervión para encargarse de lo que le tocase, ya fuera situar los banderines de córner o pasar el rulo al césped, preparar el marcador o repintar la cal de las líneas, colocar las redes o inflar y coser balones. En muchas de esas ocasiones, se llevaba de la mano a su hijo varón más pequeño, mi tío Pepe, un chiquillo muy travieso e inquieto que se pegaba todo el día correteando por allí a sus anchas.
Como acostumbraba a haber fútbol matinal en la pista del Subcomité, el público de esos partidos trataba de colarse luego de tapadillo en el campo principal de Nervión. Por ello, dos horas antes de la fijada para la bajada de bandera —así se anunciaba entonces al inicio del juego—, los acomodadores del campo se encargaban de registrar minuciosamente las instalaciones, para expulsar a los polizones de turno. Este registro lo llamaban “la requisa”, y durante el tiempo que duraba el proceso, mi abuelo escondía a mi tío, junto a otros chiquillos de empleados y ayudantes, en la habitación de los trastos, una casetilla donde se guardaba el material y los enseres para el cuidado y acondicionamiento del campo. Nunca un encierro en cuarto oscuro significó tanta diversión para los niños. Jugaban con las herramientas, las bombas de aire, la pintura, algunos balones, tizas, etc., fantaseando sobre cómo sería el partido que les esperaba, compartiendo aventuras en un universo mágico lleno de emociones.
Una tarde cualquiera podía visitar Nervión el F.C. Barcelona, un club verdaderamente tocado en la posguerra temprana, que vivía una de las etapas más difíciles de su historia, pero que siempre conservaba su solera de gran institución.
Los locales tenían un bloque potentísimo con hombres como Busto, Joaquín, Berridi, Villalonga, Alconero, Félix, Andrés Mateo, López, Pepillo, Campanal, Raimundo, Berrocal, etc. Los catalanes solían alinear en la puerta a Luis Miró, el que luego fuera gran entrenador del Sevilla en tiempos de la delantera de cristal. Elías, Curta, Raich, Rosalench, Balmanya, Valle, Sospedra, Martín, Escolá y Bravo componían la retahíla del resto de actores principales.
El interior azulgrana Escolá era su principal figura, le apodaban “el Catedrático”, fue un gran goleador, muy famoso por su poderosísimo disparo. Curiosamente Escolá sería protagonista más tarde en una fecha señalada en el corazón sevillista, el 31 de marzo de 1946, cuando se disputó la finalísima de Las Corts que proporcionó al club sevillano su único título liguero. Aquel día el gran Escolá sería anulado por un fabuloso marcaje de Pepe Herrera.
Josep Escolá, jugador del F.C. Barcelona (Fuente: MARCA)
Pues bien, una vez finalizada la requisa, se abrían las puertas del campo y llegaban los jugadores de los equipos contendientes a la zona anexa al caserón vasco de vestuarios, destinada específicamente al efecto.
Los chiquillos de los empleados y los socios infantiles más madrugadores se enredaban con los jugadores locales y con los forasteros, les pedían autógrafos para sus álbumes y, los más atrevidos, intercambiaban charla informal con ellos. No había televisiones, pocos contaban con radio, pero los cromos, las estampas, accesibles de una u otra forma para casi todos los niños, les permitían conocer de carrerilla los onces titulares de todos los equipos de España. Aquel renacuajo travieso que era mi tío cautivó a Escolá con sus gracietas y su conversación de adulto, y éste le devolvía su cariño con amabilidad y paciencia, sacudiéndole el pelo afectuosamente. Ya podían fardar.
Han pasado más de setenta años desde entonces, pero ese pequeñín al que Escolá llamaba “rubillo”, gracias a Dios, sigue acordándose de aquellos momentos con ojos brillantes y viva emoción, sin que su sevillismo, pese a la nostalgia, haya menguado un ápice desde entonces.
Nota final.- Doy las gracias a Álvaro por su amable invitación para publicar un artículo en su blog, referente del rigor, el conocimiento y la sensatez dentro de las letras sevillistas, y por permitirme con ello que me sacuda el mono de escribir con cierta extensión sobre mi Sevilla F.C., aunque haya sido sin despegarme del todo de vivencias personales.
CONMOVEDOR RELATO,lo leo y me parece estar alli viviendolo,gracias
Delicioso artículo D. Enrique.
Mi felicitación, y un cordial saludo para su tío Pepe.
Aunque no le vi jugar, no dudo que el barcelonista Josep Escolá tuviera más que merecido su apodo de «el Catedrático». Pero por lo visto y vivido por un servidor, donde no abarco duda, es en la cátedra que tanto usted como D. Álvaro imparten, en la Facultad de Sevillismo.
Muy agradecido.