• La eterna sonrisa de Portwood

    by  • 16 marzo, 2015 • El Trinche Carlovich, Historias • 3 Comments

    POR EL TRINCHE CARLOVICH

    (Escuchando de fondo Up There O´England de Cliff Portwood)

    «El fútbol es un deporte que juegan once contra once y en el que siempre gana Alemania”. Esta mítica frase pronunciada por Gary Lineker tras caer en semifinales de Italia 90 ante los germanos forma parte de la negra historia de la selección inglesa en los mundiales y sirve para comprender ese aura de pesimismo que siempre rodea a los Pross antes de cualquier cita mundialista ¿Por qué tanto fracaso del país que inventó el fútbol? ¿Por qué tantas expectativas frustradas?

    Como toda expresión de arte, el fútbol se presta al romanticismo. Por ello los que amamos este deporte somos tan dados a dejarnos embaucar por ese aroma tan romántico como irracional que desprenden las leyendas que giran en torno al balompié. La razón dicta que Inglaterra solo ha conseguido un Mundial, el celebrado en casa y ganado de aquella manera, por el simple hecho de que ser los primeros en jugar no implica ser los mejores en hacerlo; pero el pragmatismo preferimos dejarlo para aquellos que pretenden explicar desde el raciocinio situaciones que nacen del sentimiento.

    Existen multitud de historias acerca del maleficio que asola a la selección inglesa de fútbol en citas mundialistas desde que se proclamara campeona en 1966. Y una de las más curiosas tiene como protagonista al personaje que hoy traemos a nuestro particular rincón, Cliff Portwood, el hombre de la eterna sonrisa, el autor de la canción maldita.

    (Imagen aparecida en The Pompey Chimes)

    Nacido en Salford en la década de los 30, el menudo Cliff pronto se hizo un nombre en los mentideros futbolísticos de Manchester. Ello le llevó a ingresar en la cantera del United donde coincidiría con algunos de los que posteriormente serían bautizados como “Busby Babes”, entre ellos Sir Bobby Charlton. Llamaba la atención su buen golpeo y esa facilidad para irse de los rivales con un estilo muy peculiar. Siempre cerca de la banda con el balón pegado al pie, pero alejado de sus rivales, como rehuyendo el choque. Donde muchos veían una debilidad futbolística -en aquellos años el fútbol británico no estaba hecho precisamente para jugadores que evitaran el contacto- se encerraba su principal virtud “Me solían llamar Dedos escurridizos porque mi idea era alejarme del defensor para que viniera a por mí. Me encantaba ver como se tiraban porque en ese momento elevaba la pelota sobre su pierna. Eran duros en aquella época”.

    Los grandes del momento se rifaban a este chico de 17 años, pero fue Nat Buck, por entonces presidente del histórico Preston North End FC, el que se llevó el gato al agua. El dirigente supo qué fibra debía tocar y se presentó en las oficinas donde Cliff trabajaba con su padre, acompañado de Tom Finney, auténtica estrella del momento (primer jugador de la historia en ser nombrado dos veces “Jugador del año” en Inglaterra).

    Tras un gran primer año en Preston, donde amenizaba el vestuario con sus canciones en improvisados “conciertos” en las duchas, fue reclutado por la Royal Air Force donde el fútbol le traería algún que otro quebradero de cabeza. Tras ser convocado para un torneo militar, que ganarían con gran protagonismo del extremo de Salford, fue llamado a filas por el sargento al que no le hacía ninguna gracia la popularidad que estaba alcanzando un subordinado. Resultado: 24 horas al calabozo y alguna que otra complicación durante su periplo militar “Él no se preocupaba por el deporte. Era muy típico de la RAF, llevar recta la corbata y ese tipo de cosas y creo que hubo un poco de celos también. Me puso a hacer guardias nocturnas con balas de goma. No fue muy agradable”.

    Las cosas no serían igual tras su regreso. El nuevo manager del club, receloso de que un futbolista mostrara tanto cuidado por su apariencia personal, le abrió la puerta de salida sin darle una sola oportunidad. Fue traspasado a Port Vale por 750 libras, donde jugó su mejor fútbol según confesó una vez retirado. Tras marcar la nada desdeñable cifra de 26 goles en la 60-61 fue traspasado por 6.000 libras al Grimsby Town donde desarrolló dos temporadas a muy buen nivel (anotó 35 goles) pasando de ahí al Portsmouth FC, club en el que desarrollaría su trayectoria más longeva. Jugador querido por la afición del mítico Pompey de la época, fue pieza clave en la 64-65 -campaña en la que salió máximo goleador del equipo- colaborando activamente en la salvación del descenso. Un total de 6 temporadas definidas por el extremo como “Un período divertido, era como estar de vacaciones”.

    Y es que el desenfadado estilo de Portwood no era más que el reflejo de su encantadora personalidad. Divertido, con una perenne sonrisa en la boca, siempre dispuesto a alegrar a los demás con sus ocurrencias y su maravillosa voz. Después de cada partido era habitual verlo rodeado de compañeros en algún bar de los alrededores del estadio. El trato siempre era el mismo “yo le animo el local con mis canciones y usted no le cobra las pintas a mis amigos”.

    Tras un desencuentro con la directiva -no estaba conforme con la política del club de no dar el fin de semana libre a los jugadores no convocados- y tras 14 temporadas como profesional en Inglaterra, abandonó la ciudad portuaria rumbo a Sudáfrica para enrolarse en las filas del Durban United. Estaba claro que aquella decisión suponía un giro radical en su carrera, pero en aquel momento nadie, ni siquiera el propio Cliff, podía imaginar cómo le iba a cambiar la vida. Y es que, nada más aterrizar en Sudáfrica, se presentó a un concurso radiofónico de talentos. Su aterciopelada voz cautivó al jurado y le valió para alzarse con el premio: un billete de avión en primera clase a Australia para grabar un disco. Lo que iba a ser una estancia de dos semanas se convirtió, increíblemente, en el inicio de una meteórica carrera en el mundo de la música y el entretenimiento. Su amistad con Athol Guy, bajista de los Seekers (al que regalaba entradas cuando jugaba en Inglaterra), le abrió las puertas de la televisión y el impacto causado por el británico en la gran pantalla fue brutal. Su extraordinario encanto cautivó a un público que lo convirtió de inmediato en estrella mediática: varios discos de oro, programa propio de televisión, fiestas con celebridades como el batería de The Who… Hasta las más altas esferas cayeron rendidas a sus pies; un problema con el visado que le obligaba a abandonar el país llevó al por entonces Primer Ministro, John Gorton, a firmar una dispensa que le permitiera residir en el país oceánico.

    Era tal su dominio de la escena que nadie le creía cuando afirmaba haber sido futbolista profesional en su país. “Todos creían que era mentira, hasta que algunos jugadores vinieron a jugar de Reino Unido a Australia en su descanso veraniego. Traje a Mike Summerbee del Manchester City al espectáculo y el dijo; sí, Cliff jugó, por supuesto. Así quedó constancia de que no estaba mintiendo sobre mi ex carrera”.

    Su creciente éxito contrastaba con la caída libre en la que se encontraba inmersa la selección nacional. La no clasificación para los mundiales de 1974 y 1978 había sumido al fútbol inglés en una profunda depresión. Para el Mundial de España se requería un golpe de efecto, alguien que levantara el ánimo de una tropa que llevaba demasiado tiempo magullada en su orgullo patrio y quién mejor que el de Salford para ello. La Federación se puso en contacto con Portwood quien aceptó de inmediato la propuesta para componer la canción que desde 1966 acompaña a los Pross en todas las citas mundialistas. El cantante, conocedor de cómo llegar al corazón del aficionado, se encerró en el estudio de grabación en compañía de seis de los artífices de la victoria en el 66 -Geoff Hurst, Alan Ball, Bobby Moore, Gordon Banks, Ray Wilson y Roger Hunt- para grabar Up There O´England, una adaptación del Up There, Cazaly, todo un himno para los aficionados al fútbol australiano que nació para promocionar la liga nacional en el canal de televisión en el que trabajaba Cliff y que acabó por ser el single más vendido en la historia de la música Aussie. El tema original es un tributo a Roy Cazaly, leyenda de este deporte de principios del s. XX famoso por la increíble altura que era capaz de alcanzar para realizar sus espectaculares marcas. Tal era la popularidad de los saltos de Cazaly que el Up There,Cazaly se convirtió en el grito de guerra que utilizaban los soldados australianos para animarse durante la Segunda Guerra Mundial.

    Por desgracia, un problema de licencias impidió que la canción viera la luz en la fecha prevista y para cuando estaba solucionado, la selección de los tres leones ya había sido eliminada. El tema quedó en el olvido y el cantante prosiguió con su exitosa carrera a caballo entre EEUU y Reino Unido hasta que una enfermedad pulmonar irreversible le obligó a retirarse de los escenarios.

    Pero a la carrera de Portwood le iba a quedar un último capítulo. Desde el primer momento Cliff tuvo claro que esa maldita enfermedad le iba a traer la muerte, pero jamás conseguiría borrar la eterna sonrisa de su boca; él había nacido para ser y hacer feliz y no iba a permitir que nada cambiara un ápice su forma de entender la vida. Por ello, en cuanto le propusieron remasterizar la canción para guiar a su selección al triunfo en el Mundial de Sudáfrica, no lo dudó un instante. Casi 30 años después, el tema (en el encabezamiento del post) por fin vería la luz, era el colofón perfecto a su exitosa carrera. El destino le brindaba la oportunidad de sacarse la espina del 82 volviendo a unir sus dos pasiones y justo lo hacía en Sudáfrica, el país que las había separado.

    Sin embargo, la pronta eliminación de Inglaterra en aquella cita (arrollados por Alemania en octavos tras un discreto papel en la fase de grupos), hizo que la canción pasara sin pena ni gloria e incluso fuera catalogada como gafe por algunos aficionados británicos, entrando a formar parte de la leyenda maldita del combinado inglés en los mundiales. El fútbol, el irracional y romántico fútbol, se tomaba su particular revancha y no perdonaba al jugador que lo hubiera abandonado por la música.

    Los últimos años de su vida los pasó en Alton (Hampshire), rodeado de los suyos y acudiendo siempre que su salud se lo permitía a Fratton Park, el escenario en el que durante 6 temporadas había hecho las delicias de los aficionados del Portsmouth. En una entrevista concedida pocos meses antes de su fallecimiento, un lúcido Portwood resumía a la perfección su filosofía de vida. Al ser cuestionado sobre si se le había quedado clavada la espina de no haber triunfado en el fútbol contestó “Nunca fui una gran estrella, ni un músico famoso o conocido en el ámbito futbolístico internacional. Solo pasé 50 maravillosos años haciendo lo que me gusta. Y afortunadamente mucha gente disfrutó conmigo. Eso es lo mejor, cuando eres agradecido y la gente disfruta con lo que haces. Para mí, esa es la mayor ilusión”.

    Y es que más allá de por sus innegables habilidades físicas y vocales, Portwood siempre fue valorado por su comportamiento alegre y jovial. Era ese tipo que todos queremos tener a nuestro lado, el que te contagia su sincera sonrisa en el momento más necesario, el que te alegra el día con su sola presencia.

    Cliff Portwood falleció el 10 de enero de 2012 a la edad de 74 años y desde el Trinche queremos rendirle un más que merecido tributo a un hombre que dedicó su vida a hacer más feliz la de los demás.

    @EltrincheCarlov

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    3 Responses to La eterna sonrisa de Portwood

    1. 17 marzo, 2015 at 3:48 pm

      Encontrar, investigar, desarrollar y acabar escribiendo así historias como ésta es algo al alcance de muy pocos.

      Enorme el Trinche. Enhorabuena.

    2. Alvaro
      17 marzo, 2015 at 5:23 pm

      Muchas gracias, Carlos.

      Los que hacemos esta sección valoramos mucho comentarios como éste. Uno de los objetivos es, de vez en cuando, contar historias prácticamente inéditas en nuestro idioma por lo que trinches tan refrescantes como éste nos causan una especial satisfacción

      Abrazo

    3. Eugenio el de los chistes
      18 marzo, 2015 at 10:16 am

      Por esto el fútbol es una pasión tan grande en casi todo el mundo, por todas estas preciosas historias que se esconden dentro y alrededor de él.

      Y también, claro está, por todos esos locos por el balón maravillosos, como las madres y los padres de este Trinche, trovadores de esta bendita locura, a los que nunca se podrá agradecer lo suficiente que nos las cuenten.

      Muchas gracias, artistas. Qué bonito, coño.

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